Ordesa Circular Capítulo 1: Bujaruelo – Goritz

Después de varias semanas de preparación, por fín llegamos a Ordesa. Durante ocho largas horas en coche desde Salamanca mi compi Soraya y yo nos fuimos mentalizando con la ilusión propia de quien va a comenzar algo importante. Un problema de cálculo, y un Renault Clio que no pudo dar más de sí, hizo que nos retrasáramos en llegar. Por tanto hubo que improvisar, pues sabía que no seríamos capaces de llegar al Refugio de Goritz antes de que anocheciera.

Abandoné a Soraya en el Puente de los Navarros con las dos mochilas, y me fuí a dejar el coche al sitio previsto en el refugio de Bujaruelo. Mi compañera mientras  distribuyó el peso de las mochilas, charló con los caminantes y no se informó sobre la historia del Puente de los Navarros pese a que la tenía a tiro de piedra. Tras una hora de rápida caminata por el sendero del GR11 de las escalas, haciendo un esfuerzo que me pasaría factura más adelante, regresé al punto de encuentro en el puente.

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A las 16.30 cargamos las mochilas a la espalda y nos pusimos en marcha por el camino de Turieto Bajo (Qué fascinación por los nombres de los senderos, picos y montañas … Quién se los pondrá?). Comenzamos a ganar altura rápidamente. Desde el principio las vistas eran sugerentes.

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Los comienzos en una travesía de este tipo son complicados. Cuando te falta el aire en las primeras cuestas es habitual pensar que aún queda un mundo por recorrer, y revolotea una sensación de desconfianza que te hace arrugar la ceja. A medida que vamos encontrando el ritmo adecuado, podemos gestionar mejor las fuerzas, y entonces conseguimos cierto momento zen. La mente es el auténtico motor para esfuerzos de esta enjundia. Lo asegura un servidor, que también es verdad que sabe lo justito.

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Sori recogió estas indicaciones sobre la zona, el valle, la señalización y algunos consejos prácticos.

Llegamos a la pradera de Ordesa sobre las seis. A todas luces tarde, bastante tarde. Yo acusé el esfuerzo de la carrerita desde el parking y mi rodilla comenzó a quejarse. Drama total, pues no habíamos ni empezado, y cuando mi tendón rotuliano empieza a quejarse ya no para. Afortunadamente mi compi contaba con un «medicamento», que es como el 2.0 del paracetamol. Me metí una pirula de esas y mano de santo oye. Cuando me hizo efecto fuí como un tiro. Química que te quiero química!

circular-cola-de-caballo-por-faja-de-pelay-02peligro senda de los cazadores

Yo tenía la cabeza en decidir qué dirección tomaríamos. El sendero por el valle nos llevaría unas cuatro horas. Hacerlo por la Senda de los Cazadores, como estaba previsto, saldría por unas cinco horas y pico, y un letrero advertía que no se debía entrar despues de las tres. En mis adentros, la parte prudente de mí decía en voz alta: «Mirad mirad! Ya la está liando otra vez!». La parte aventurera decía: «Callaos coño!».

Efectivamente, yo quería conocer la famosa senda de los cazadores. Un viaje por las alturas en la infinita ladera del valle de Ordesa. Y para allá que nos fuimos, sabiendo que se nos haría de noche por el camino. No me costó mucho convencer a Soraya, que no conocía las alternativas. Ella preguntó la dirección, yo se la indiqué y así solita se metió en la boca del lobo.

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Las vistas eran espectaculares. Comenzamos a tener buenas perspectivas del circo de Carriata, el de Cotatuero y el Tozal del Mayo. La mochila pesaba bastante y teníamos que parar con frecuencia.

Soraya advirtió que habíamos comenzado la Senda de los cazadores cuando el camino se puso vertical de repente. Un caminito eternamente zigzagueante y bien señalizado debía hacernos subir de golpe unos 700 metros de desnivel en tres kilómetros.

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Ganar altura significaba asistir más intensamente al espectáculo de Ordesa. Un valle que parece una herida abierta en la tierra. Seguimos ascendiendo por sus comisuras, pese a que mi compi no estaba para vistas ni revistas. Creo que escuché en algún momento aquella frase: «No tengo el chocho para farolillos». O igual la dije yo, no recuerdo.

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Por el camino nos encontramos con un guarda forestal, que se olió el percal y amablemente nos comentó las posibilidades. Al parecer la normativa cambió hace dos meses y solo se puede acampar a 2500m, aunque nos dejó caer alguna salida con guiño en el ojo, pues al refugio ya no llegábamos ni borrachos. Con gran optimismo nos echó 20 minutos hasta el mirador. Los caminantes que descendían nos echaban el doble. Fue una tortura interminable. Tambien coincidimos con una familia holandesa que se había metido en el mismo lío que nosotros.

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Un padre que se habia traido a sus dos hijas adolescentes de travesia por los pirineos. Iban al mismo lugar que nosotros pero más despacio, y nos preguntaron mapa en mano por distancias y zonas. Ahí es donde uno se crece. Cuando alguien que sabe aún menos que tu y te pide información que conoces. Es entonces cuando se despliega la cola del pavo y uno se siente hasta importante. Y hablando en inglés además! No cabía en mí de gozo.
Total, que estos holandeses lo tenían jodido. A nosotros nos quedaba poquito para la cima. Tras hora y media de zigzagueos verticales llegamos al mirador de Calcilarruego (Repítase mentalmente este nombre…).

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El valle nos ofreció un fabuloso espectáculo natural, aderezado con los matices de la puesta de sol. A la vista teníamos el circo de Cotatuero, la faja de las flores, infinitas texturas de luz y colores… Un regalo.
Eran las ocho de la tarde, y aún quedaban más de tres horas hasta Goritz. Había que caminar, y ligeritos. La idea era llegar al final del valle, a las gradas de Soaso.
El día se fue apagando, a cambio, eso si, de instantaneas maravillosas.

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IMGP9412Nuestras cámaras no podían hacer justicia a los parajes que teníamos ante nosotros, pero tratamos de salvar el trámite fotográfico de manera funcionarial.
La noche llegó suavemente. Sacamos nuestros frontales y avanzamos como pudimos por la faja de Pelay.

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No somos los primeros que se han quedado a oscuras antes de llegar a su destino. Es algo habitual. Pero para nosotros era la primera vez que caminábamos en una noche cerrada, por una cornisa, sin posibilidad de acampar, durante casi dos horas y con iluminación artificial. La sensación de aventura se apoderó de nosotros. La percepción de que tendríamos que salir adelante fueran cuales fueran los problemas que nos encontráramos. Que había que llegar a un sitio donde pudiéramos acampar, no había lugar para queja alguna.

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Al rato conectamos con la variante de la cola de caballo que se sube sin clavijas. Era el último tramo. En lo alto, a la salida del valle, podriamos acampar. Pero para llegar allí debíamos subir de nuevo por un caminito, cornisa mas bien, que tenía algún momento expuesto. Y pasos expuestos que no se salvan tan bien cuando no se ve un carajo. Enfocar con el frontal al vacío era como apuntar al ojo de Mordor. Miramos atrás y vimos a lo lejos, muy lejos, unas luces. Seguramente fueran los holandeses, que se habían quedado muy atrás, en tierra de nadie. Pronto los perderíamos de vista, y ya no supimos mas de ellos.

Terminamos el tramo final, el último sprint como dice mi madre, y conseguimos acampar en terreno privilegiado y fuera de zona de multas. Comimos tres bobadas y nos fuimos a dormir, evaluando el gran esfuerzo realizado y el que quedaba por hacer al amanecer.

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