Despertamos en pleno proceso de improvisación. Estamos a tres horas del lugar donde debíamos haber llegado ayer. Lo único que tenemos claro es que a la noche tenemos cena y cobijo en el encantador refugio de Baysselance, y que el día para atacar el Pic Long Vignemale ha de ser mañana.
Recogemos las tiendas y nos centramos. A saber, subimos hasta el Col de Arratille, seguimos la mítica HRP hasta el Puerto de los Mulos, bajamos hasta Oulettes de Gaube y enganchamos con la GR10 francesa. Llegamos a la Hourquette d’Ossoue (2734 m), nos miramos a los ojos y decidimos si subimos el accesible tres mil del Petit Vignemale, el hermano pequeño de la familia.
Poca distancia, mucho desnivel. De entrada, nos viene empujando en nuestro ascenso una niebla procedente del Valle de Mercadeu. Lleva amenazante desde que salimos y, aunque está todo controlado, aligeramos el paso. Por si las moscas.
Pablo y Raúl, ministro y secretario de fotografía del viaje, dan buena fe de los caprichos de la naturaleza. Los demás a lo nuestro. Vamos a buen ritmo, tanto que se nos atraganta el desayuno, barritas energéticas bañadas en té.
En el último tramo hasta el Col de Arratille nos encontramos el enésimo Ibón, y no nos deja de impresionar. No nos acostumbramos. Es otro más, pero cada uno tiene su idiosincrasia. Detalles difíciles de describir. Es como si todo fuera demasiado grande, mucha nieve, mucha roca, mucha agua… Todo es incomprensible.
Nieve hasta las trancas. —La última Sori! —Animamos a Soraya, que en cualquier caso ya se mueve mejor sobre el terreno.
Llegados al collado hacemos un breve descanso. Las 9. Esta vez vamos clavando los tiempos previstos.
Nos toca bordear una ladera, curiosamente por terreno español, con vistas al Valle del Río Ara. Cuando lleguemos al Puerto de los Mulos volveremos a ser más franceses que Gauguin.
Pero claro, nos vamos encontrando con neveros traidores. —Sori la última! —Estudiamos la situación. Sin crampones. Recordamos el procedimiento. Adelante.
Saldamos con victoria las pequeñas zancadillas, que son parte importante de nuestra aventura. Sin ellas tendríamos que llamarlo de otra manera. Paseo, probablemente. Miramos atrás, reconocemos la senda caminada y nos recreamos con la recompensa del Valle del Alto Ara.
Un descansito para afrontar la última subida hacia el Puerto de los Mulos. Desnivel y zigzag, nada que no conozcamos, nada para lo que no estemos preparados.
Y llegamos como quien no quiere la cosa al Puerto de los mulos (2630m). Abandonamos España de nuevo.
Del otro lado, Francia.
En el collado, mientras se disfrutaba de un merecido descanso, Soraya tenía una tarea que le había sido encomendada, un coqueteo entre el juego y la aventura. Un amigo, Manuel el bibliotecario, ha estado en la zona dos semanas atrás y le ha escondido unas reseñas por el monte.
Son adivinanzas, como si fueran una grotesca analogía del destino. La primera en el collado de los Mulos. Un par de pistas y a buscar. La acompaño como haría cualquier documentalista que se precie.
Victoria!!! Parece una broma que se pueda emplear tal sitio como escondite.
“Delante de una montaña fuerte me puse a gritar y ella igual me contestaba queriéndome imitar.”
Con la emoción cabalgando a sus anchas nos lanzamos al abismo de Oulettes de Gaube.
Descendemos durante una hora y llegamos a la explanada de Oulettes, y todos los mapas dicen que tiene que haber un refugio. No vemos un carajo. Tratamos de sortear los aleatorios riachuelos que vienen con agua helada directamente del glaciar de Ossoue.
Parece que al fondo hay algo. Los ríos helados se han cargado cualquier camino. Inventamos uno al azar sobre la marcha.
Por fin, el refugio de Oulettes de Gaubé (2150m). Hay que mojarse para cruzar. Sea.
Nos encontramos un refugio familiar, regentado por amables guardas y una guitarra.
Seguro que hay razones de peso que lo puedan explicar, pero llama la atención que en un lugar donde todo está en francés, como mucho traducido al inglés, la única nota en español sea esta. Uno podría pensar fácilmente que tenemos lo que nos merecemos.
A la espera de que haya una ventana que nos permita ver la formidable cara norte del Vignemale, nos pedimos unas sopas de café.
Nos sentimos plenos de confianza, y como hacen las familias que se llevan todo el guirigay a la playa, sacamos el hornillo y preparamos la comida. El menú para hoy, cuscus al punto con tomate frito y nueces. Un manjar al alcance de los elegidos.
Un servidor ha sido espectador en otras ocasiones de las vistas. Me hubiera gustado que mis compañeros disfrutaran del glaciar de la cara norte de la montaña. La niebla no lo permitió. Y quién sabe si cualquiera de nosotros volverá por aquí alguna vez. No hay tiempo para más. Sobre las 14h nos despedimos y nos dirigimos hacia Baysselance.
Subimos en compañía de un grupo de señores mayores. Mayores y franceses. Nos amenizamos mutuamente la subida. Nos informan de que Francia perdió la final de la Eurocopa. Al rato nos señalan el cielo. Se abre una pequeña ventana. Asoma por primera vez el Pic Long del Vignemale. Una mole imponente y aterradora. Desenvainamos las cámaras y apuntamos.
Como adolescentes nos hacemos un selfie con la cosa. Igual no lo volvemos a ver. El cielo se vuelve a cerrar. Ambos grupos le dedicamos un espontáneo aplauso.
Como unas castañuelas retomamos la subida. La naturaleza nos brinda pequeños fogonazos de luz, y notamos el cobijo de la montaña blanca.
A punto de llegar a la horqueta, aparece uno de los objetivos extras de la travesía. El Petit Vignemale entra en escena y debemos decidir si lo abordamos.
Se vislumbra un pequeño tramo de nieve que cruza el camino. Soraya duda.
Hay que respetar la situación de cada uno, y Soraya tiene excusa por el accidente que tuvo dos días atrás. Pero para mí es muy importante que subamos todos. El día es espectacular, el momento es oportuno. Es ahora.
Pablo tampoco se siente muy cómodo. Y el refugio de Baysselance queda a tiro de piedra. Joder qué foto. Baysselance es espectacular.
Raúl alza la voz: —Vamos hasta donde se pueda, y el que no lo vea se da media vuelta y ya está.
Palabras de santo. Enfilamos hacia arriba.
Pablo está abrumado por las alturas. Se siente inseguro. En palabras suyas, no está siendo feliz. Cada paso que sube no tiene claro cómo lo bajará. Amenaza con volverse.
Soraya, que está haciendo un gran esfuerzo mental, le anima. Todos lo hacemos. Pero Pablo lo tiene claro, no está disfrutando en absoluto. Insiste Soraya. Le promete un masaje de piés si continúa. Pablo accede a regañadientes. Su cara es un amasijo de hierros oxidados.
Pero, como ya casi dijo Galileo, “y sin embargo subimos”. Petit Vignemale (3032m), primer tres mil completado por todos los miembros de la expedición.
Fíjense qué sitio para charlar un rato. Faltaría una barra libre con batidas de coco. Y un par de gárgolas silvestres, y anacardos de aperitivo.
Con gran júbilo y poderosa alegría iniciamos el descenso.
Y ya en el refugio, Manuel el bibliotecario nos había dejado otro regalo.
“Con una flor y un reptil, una capital entre mil.”
Damos el día por concluído.
La cena en Baysselance es un abuso a la cordura y a los límites de lo que uno puede comer. Está lleno de montañeros. De entre todos destaca la figura de un oriental, que no habla ni un pito de inglés o francés. Se llama Lee, lo sabemos porque su nombre aparece en la reserva de la mesa. Tiene su mapa de la GR10 francesa y se me antoja conocer su historia. Habrá saltado de continente para vivir la experiencia pirenáica, seguramente.
Mañana temprano el Vignemale. A la hora de tomar esta foto aún no sabíamos que dormiríamos con un oso pardo.
Noches